
06 Mar Nació pobre, vivió pobre y murió pobre.
Desde una gran ignorancia en el conocimiento de muchos seres clarividentes, iluminados, místicos y maestros de todas las partes del mundo, a Tortuga, que va lenta pero que muy muy lenta, y que empezó a adentrarse en estos conocimientos tarde, pero que muy muy tarde, el que le cayera en sus manos un libro como este fue un regalo y un descubrimiento. Parecía contener en él toda la sabiduría.
Para los que no lo conozcan y se les despierte la curiosidad, cuando uno lee este libro lo ha de hacer de dos maneras. En primer lugar, no es una novela y puede tardarse un año como poco, o más en una primera lectura. No puede leerse de tirón. En segundo lugar, no importa no entender la mitad de las cosas que dice. Hay que seguir leyendo y dejar que entre en nuestra comprensión aquéllo que nos es fácil o que nos impacta por alguna razón aunque no lo entendamos demasiado bien. Es un libro que requiere volver a él una y otra vez para ir entendiendo cada vez más, aunque sea de a poquitos, su mensaje.
Otra cosa que llama la atención es la vida de éste hombre. Comprendió el conocimiento y siguió con su misma vida. Ni creó escuela, ni se enriqueció, ni escribió nada. Y eligió estar entre los suyos, en vez retirarse a los Himalayas. Nació pobre, vivió pobre y murió pobre… Pero tuvo el privilegio de saber y comprender casi en un instante todo lo que los demás, en especial los occidentales, andamos buscando toda una vida, pagando por ello, exigiendo resultados y, la mayoría de las veces, con una finalidad muy terrenal: vivir mejor y tener una vida confortable y próspera en cuanto a comodidades tangibles con el discurso de que: «nos lo merecemos». Hay mucha confusión en todo este mundo del aprendizaje sobre uno mismo y de búsqueda de respuestas y soluciones rápidas que se acomoden a nuestras necesidades. Volveremos sobre Nisargadatta. Merece la pena.