
02 Abr El rito de la despedida en el aislamiento por coronavirus
El rito de la despedida en el aislamiento por coronavirus
LOS MITOS EN LA VIDA COTIDIANA
Hola, me llamo Carmen Alonso Echanove y he decidido aprovechar este confinamiento al que nos tiene sometidos un desconocido virus para escribir sobre algo que siempre me ha intrigado e interesado, que es si los mitos tienen vigencia en nuestra época y cómo se manifiestan concretamente en la vida cotidiana. Soy Psicóloga Clínica de formación pero estudiosa por vocación de C.G.Jung y Joseph Campbell, y es desde la perspectiva de la Psicología Analítica y de la Mitología desde donde yo observo el lado mítico de nuestros hechos más comunes, consciente de mis limitaciones y desde la más absoluta humildad. Estos pequeños escritos solo quieren ser una aproximación a una parte de la realidad a la que también otros se acercan, y analizan, sin duda, de forma diferente, pero ninguna de las observaciones que hagamos unos y otros será del todo mentira y ninguna será del todo verdad.
Los mitos no son sino narraciones de experiencias vividas por la humanidad a lo largo de la historia, experiencias que han quedado guardadas en la psique colectiva de la que todos participamos como seres humanos y que tan exhaustivamente estudió el psiquiatra Carl Gustav Jung, quien dio cuerpo definitivo al concepto de inconsciente colectivo, ya antes esbozado de muchas maneras por filósofos, antropólogos y pensadores en general.
Los mitos no son algo literario, o del pasado, no son algo antiguo, al contrario, los mitos están vivos. En el transcurso de nuestra vida pasamos por multitud de situaciones importantes, trascendentes, inciertas en su desarrollo y su futuro, que nos obligan a tomar decisiones que tienen una serie de consecuencias. Un nacimiento, una muerte, una boda, un embarazo, un cambio de residencia, el inicio de un viaje, o la elección de una profesión, son acontecimientos en los que estamos encarnando y reviviendo un mito, cada uno de ellos es una experiencia universal que se hace individual, con unas características propias, acontecimientos iguales y al mismo tiempo diferentes para todos, por ejemplo, el nacimiento de un bebé es un hecho universal, una situación mítica que en cada familia se vive y celebra de un modo, de acuerdo con las costumbres sociales, históricas o familiares.
Me gustaría que estas reflexiones caseras se encadenaran a otras, muchas y variadas, que nos permitieran repensar la vida de otro modo.
LA PREPARACIÓN PARA EL VIAJE Y EL RITO DE LA DESPEDIDA
“El aseo y la limpieza del cuerpo aún caliente pero ya sin vida antes de la llegada de los servicios funerarios, hecha por todos los hijos, los seis alrededor de la cama, moviéndolo delicadamente a un lado y a otro para pasar por él la esponja empapada en agua, en una atmósfera silenciosa que inunda la estancia suavemente iluminada por las primeras luces de la mañana y por la lámpara en el que fue su lado de la cama, todos atentos a lo que había que hacer, con el pulso del tiempo sincronizado, como en una danza ritual de paso” (20/08/2018)
Escribí esto hace año y medio, una semana después de la muerte de mi padre. Durante unos días permanecí bajo el influjo de ese momento que solo podía calificar como mágico, lo rememoraba una y otra vez con una sensación cálida y reconfortante que envolvía la pena, extrañada de cómo habíamos compartido los hermanos un saber nunca aprendido, de cómo habíamos llevado a cabo una tarea que nadie nos había enseñado, hasta que caí en la cuenta de que lo que había experimentado era la vivencia de una experiencia mítica, en la que lo importante no era tanto lo que se hacía como la atmósfera en la que se hacía.
Mientras arreglábamos a mi padre me sentí transportada a los pasajes bíblicos en los que se habla de la preparación de los cuerpos para su entierro, relatos de los que a mí siempre me llamó la atención el cuidado con el que se hacía, un cuidado expresado en las telas y los ungüentos con los que se envolvía y perfumaba el cuerpo. Le lavé con mis hermanos como se ha hecho milenariamente porque lo fui aprendiendo de pequeña a través de la lectura de los relatos míticos, pero también aprendí en ellos, lo que es más importante, el sentido trascendente de ese momento.
¿Por qué he rescatado ahora unas líneas escritas hace tiempo? Porque desde hace unas semanas siento una profunda tristeza cada vez que escucho en los informativos las noticias acerca de las muertes por coronavirus; pienso en cómo esas personas tienen que afrontar sus últimos momentos en soledad o rodeados de extraños, sin poder ser cuidadas por sus familiares, sin poder ser despedidas por los suyos, y no puedo evitar comparar esta forma de morir con la que tuvo mi padre.
Somos una colectividad que ha expulsado a la muerte de su vida, no queremos encontrarnos con ella en nuestras casas, nos asusta, delegamos en otros el afrontamiento de ese trance y sus quehaceres asociados, la muerte es mayoritariamente hospitalaria, no domiciliaria. Son otros los que preparan los cuerpos para el viaje, son otros los que proporcionan los cuidados, y tal vez hemos llevado esa expulsión tan al extremo que ahora solo nos es dado morir y ser enterrados en soledad.
Entre los ritos, los funerarios son, probablemente, los más importantes de todos por cuanto se producen en momentos de gran sufrimiento; ellos nos ayudan a desprendernos de la presencia de alguien fuertemente vinculado a nosotros, nos ayudan a compartir el dolor por esa pérdida, y refuerzan nuestro sentimiento de comunidad hermanándonos ante el misterio de la vida y de la muerte. La desaparición de los ritos, ahora lo estamos viendo, es dramática, nos amputa una parte de nosotros mismos, como individuos y como sociedad.
Hace ya unas cuantas décadas que iniciamos una carrera endiablada y frenética hacia el individualismo y el consumo feroz, perdiendo por el camino el sentido de comunidad; quizás sea éste el momento de revertir el proceso. Nos hemos dado de bruces con sentimientos olvidados, hemos recuperado el sentido de algunos gestos, y todo ello nos señala la senda por la que tal vez deberíamos comenzar a caminar.
Por ejemplo, en relación con las muertes en soledad podríamos intentar realizar cada uno nuestro propio ritual de despedida, si es que hemos perdido a alguien, a la espera de que se vuelva a la normalidad y pueda hacerse uno con el grupo cercano, esto sirve tanto para la situación actual que estamos viviendo como para cualquier otra en la que no se pueda llevar a cabo un velatorio o funeral. Habrá seguramente dos grupos de personas, el de aquellos que tienen algún tipo de creencia religiosa y el grupo de los que no las tienen. Para el primero será más sencillo ponerlo en práctica porque en todas las religiones existen rituales detallados para estos momentos, sin embargo, los que se encuentren en el segundo grupo tendrán que elaborar su propio ritual.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que un rito es un procedimiento estructurado, por ello, cada uno deberá decidir cómo, dónde, cuándo y qué elementos deben configurarlo. Creo que lo primero que habría que hacer es quedarse quieto y mirar hacia dentro, hacia nuestro interior, observar los sentimientos y emociones que nos embargan, evocar la imagen de la persona desaparecida y nuestros recuerdos con ella, es ahí donde encontraremos la materia que necesitamos para construir el ritual. Otros dos aspectos importantes son el espacio y el tiempo, escoger una zona de la casa o habitación donde lo vayamos a realizar y adornarla con algún objeto bonito como una planta o una luz suave y acogedora, y elegir una hora para ello y determinar qué duración que va a tener. Después vienen los elementos que queremos que formen parte de ello, puede ser simplemente una revisión de fotos o vídeos que tengamos de momentos y actividades compartidas con esa persona, o escuchar una música que le gustaba o que nos gusta a nosotros y nos transmite paz, o escribirle una carta diciéndole cómo nos sentimos y cómo la echamos de menos, o dibujar su rostro o algo que nos la recuerde, o podemos simplemente permanecer en silencio, en una especie de oración indeterminada. Para terminar, considero asimismo importante que haya un inicio y un fin claro del ritual, ser conscientes de que hemos realizado un rito funerario y de que quien nos ha dejado ha tenido una despedida, eso nos confortará.
Mi padre murió con casi cien años de muerte natural, en su cama, en su casa, con su mujer, sus hijos y sus nietos, tuvo un velatorio entrañable y sus cenizas un entierro emocionante en el cementerio del pequeño pueblo origen de sus antepasados. Pienso que para todos nosotros fue un auténtico privilegio haber vivido esa experiencia y creo que todos los seres humanos deberían poder tenerla.

Ritual
En la foto que acompaña este texto se puede ver uno de los elementos que incluimos nosotros en el ritual de despedida: cada miembro de la familia introdujo en un bote pintado por una de mis hermanas algo que para él era representativo de la persona que fue marido, padre y abuelo, también pusimos fotos familiares de distintas épocas, y junto con la urna que contenía sus cenizas depositamos el bote en la tumba para que iniciara su viaje acompañado de cosas que habían formado parte de su vida cotidiana, algo que en realidad ya hacían los egipcios y otros muchos pueblos antes que ellos.
Carmen Alonso Echanove
Psicóloga y socióloga